La mecánica cuántica es la teoría que explica fenómenos submicroscópicos (a nivel atómico) con una regla central: las probabilidades y las interferencias importan. No es misticismo: es una herramienta predictiva que usamos todos los días sin notarlo.
La mecánica cuántica funciona como un manual de instrucciones para describir lo muy pequeño. A comienzos del siglo XX fue necesario explicar fenómenos que la física clásica no podía: la luz que se comporta como onda y como partícula, los átomos que no colapsan, los materiales que conducen o aíslan. La realidad cuántica nos obliga a aceptar que, en escalas diminutas, las posibilidades cuentan tanto como los hechos, y que medir no es mirar desde lejos, sino participar de lo que ocurre.
El experimento de la doble rendija
En 1801, Thomas Young demostró de manera contundente que la luz podía comportarse como una onda. Una perturbación que se propaga oscilando a cierta frecuencia. Young hizo pasar un haz de luz a través de dos rendijas muy estrechas y paralelas. Observó que en una pantalla —detrás— no aparecían únicamente dos franjas iluminadas, como ocurriría con cualesquiera partículas lanzadas hacia dos aberturas. Observó un patrón de interferencia: zonas brillantes y oscuras alternadas. Lo que ahora se sabe, es lo típico de ondas que se superponen, pero eso ya se sabía en el mundo macroscópico, por ejemplo, al observar el agua de un estanque al perturbarla.
Este fenómeno cualquiera puede reproducirlo en casa, e incluso quizás lo haya observado sin darse cuenta: por ejemplo, al mirar un CD y notar los colores cambiantes que se reflejan en su cara plateada. Esos colores se deben a interferencias producidas por la luz al dispersarse en los estrechos canales donde está registrada la información digital del disco compacto.
Más de un siglo después, cuando se descubrió que la luz también podía comportarse como partícula (fotones), se repitió el experimento enviando fotones de uno en uno. La sorpresa fue que, incluso así, los impactos individuales en la pantalla, acumulados con el tiempo, volvían a dibujar un patrón de interferencia. Es decir: cada partícula parecía pasar por ambas rendijas a la vez e interferir consigo misma.
Lo más desconcertante ocurre al intentar observar por cuál rendija pasa el fotón. Si se coloca un detector en una de las aberturas, el patrón de interferencia desaparece y solo se ven dos franjas, como si la luz eligiera un único camino. La mera posibilidad de conocer la trayectoria cambia el resultado: el acto de medir modifica el fenómeno.
Hoy sabemos que no se trata de magia ni de intervención de la mente humana. Lo que ocurre es que la función de onda, que describe la superposición de caminos posibles, se reorganiza al interactuar con el detector. Eso es la medición cuántica: una interacción física que transforma un abanico de posibilidades en un hecho concreto. Medir no es “mirar”: es interactuar, y esa interacción cambia el sistema. Dicho en lenguaje técnico, la función de onda colapsa y hace evidente un resultado único.
A manera de conclusión
Mitos comunes sobre la mecánica cuántica
No es necesario un ser humano mirando para que ocurra algo cuántico. Medir significa que el sistema interactúa con otro (un detector, una molécula de aire, un fotón). Esa interacción física es la que selecciona un resultado, no la conciencia del observador.
Incorrecto. Propiedades como la masa, la carga o el espín son objetivas. Lo que está indeterminado antes de medir son ciertos resultados concretos (por ejemplo, qué dirección exacta tendrá el espín), no la existencia de la partícula.
El entrelazamiento genera correlaciones instantáneas, pero no transmite información útil más rápido que la luz. Para comunicar un mensaje sigue siendo necesario un canal clásico, limitado por la relatividad.
Lo que se transfiere es el estado cuántico de una partícula a otra, no la partícula misma. Es más parecido a copiar la “información de configuración” que a transportar físicamente un objeto.
No hay evidencia científica de que los procesos cerebrales o fenómenos paranormales dependan de efectos cuánticos de este tipo. Las aplicaciones reales de la mecánica cuántica están en la electrónica, la óptica, la metrología y las tecnologías de la información.
Cada computadora, teléfono móvil o aparato electrónico depende de transistores, diminutos interruptores que regulan el paso de corriente. Su funcionamiento solo puede explicarse mediante mecánica cuántica, en particular con el efecto túnel y el comportamiento de los electrones en semiconductores.
Los lectores de códigos de barras, las cirugías o los sistemas de comunicación con fibra óptica usan láseres, cuyo principio de emisión estimulada de fotones fue predicho y explicado con mecánica cuántica.
En hospitales, la resonancia magnética (MRI) se basa en cómo los núcleos atómicos responden a campos magnéticos y ondas de radio, un fenómeno explicado por la teoría cuántica del espín. Gracias a ello podemos obtener imágenes detalladas del interior del cuerpo humano.
Los sistema de posicionamiento global (como el GPS) requiere una precisión extrema en la medición del tiempo. Esto es posible gracias a los relojes atómicos, que miden las transiciones cuánticas de ciertos átomos (como el cesio o el rubidio).
Las celdas fotovoltaicas que convierten luz en electricidad, así como los LEDs que iluminan nuestros hogares, dependen del efecto fotoeléctrico: la liberación de electrones cuando un material absorbe fotones.
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