“La culture c’est ce qui reste une fois qu’on a tout
oublié …”
[La cultura es lo que queda después que uno lo ha
olvidado todo]
Edoard Herriot
Entender
la actitud del ciudadano contemporáneo venezolano, exige remontarnos hasta el
siglo XVI de nuestra historia, y más allá. Obliga a considerar las fronteras
geopolíticas internas que delimitan nuestro gentilicio regional, y desenmarañar
el origen de la diversidad de costumbres practicadas por las naciones
primigenias; costumbres que han pervivido con alguna alteración hasta nuestros
días. Comprender como fue la interrelación de esas naciones en el tiempo y en
el espacio, nos dará una idea de la extensión de las fronteras interculturales,
que existían antes de la llegada de los conquistadores, y quizás podamos
ubicarlas y proyectarlas a nuestra época.
¿Cuál
bagaje cultural perdimos? y ¿cuál ganamos con la conquista, y la colonización?,
y luego con la guerra de independencia y después con la guerra federal. No
pretendo sumergir mi análisis hasta el límite de esas comprensiones. Me
conformaría a manera de ensayo y reflexión, intentar diversificar del contexto
cultural colectivo, y del conocimiento contemporáneo, las características
marcadamente primogénitas que imperan en nuestro quehacer ciudadano, como
individuo, como pueblo, y como nación.
Como
primera premisa, partiré de la consideración de que el conocimiento por sí mismo, no caracteriza ni genera una profunda modificación de los rasgos
culturales de una nación.
La
carencia manifiesta de conocimiento nos convierte en ignorantes; de las causas,
de las cosas, del ¿por qué? de los ¿cómo? El apego a protocolos y normas
“anticuadas”, antiguas, o ya no practicadas en la mayoría del concierto de
naciones (o el incumplimiento a las normas y leyes acordadas), nos hace
incivilizados. Podemos caracterizar la cultura por el peso de esos dos
aspectos, siempre que guardemos la debida consideración a los componentes,
folclóricos, religiosos, idiomáticos, alimenticios, etc. Intentar “medir” el
grado cultural, se puede considerar como una extrema aberración de la costumbre
del humano moderno de cuantificarlo todo. No es mi intención calificar nuestro
estado cultural, sino que, por el contrario, visualizar su diversidad e intentar
comprender su origen.
Antiguamente
(espero que ahora no), se identificaba el grado o progreso cultural de un
individuo, de acuerdo a la siguiente categorización: ilustrado, instruido, culto, civilizado, bárbaro, y salvaje.
Al que
tenía un entendimiento luminoso,
capaz de aclarar, explicar y ennoblecer un asunto, le correspondía el grado ilustrado, derivado de luz; como lucir, luciente, luminoso, luminaria, ilustre, o lucerna, pero también Lucifer (príncipe de los ángeles
rebelados) u hombre soberbio, encolerizado y maligno.
Aquel que estudia y trabaja para adquirir noticias y logra ser versado en varios ramos de la erudición, no es ignorante y sabe respecto a lo que habla, se le supone instruido; palabra que se compone de in que en este contexto expresa interioridad, y struere (del latín) que significa edificar; edificar dentro o por dentro, edificando con su inteligencia.
Culto viene del latín al igual que colo, colis, cultum, que significa cultivar, campo cultivado, de donde proceden nuestras voces colono, colonia, cultivo, cultura, etc., pero que también implica: cuidado del cuerpo, acicalamiento, adorno, modo de vivir, modo de vestir, traje atavío, tocado, equipo, lujo, elegancia; aplicación, ejercicio, práctica, ocupación; culto, veneración, adoración, homenaje. Tradicionalmente se asocia cultura con educación, en el sentido de que el hombre culto, no es rustico, ni agreste, ha cultivado su inteligencia, en consecuencia, ha moderado su comportamiento sometiéndolo al imperio de las leyes y de las normas. Podemos decir que el hombre culto ya no practica (ni tolera) las costumbres que se contraponen a su educación, a la moral o al grado de su civilidad.
El ser civilizado (el hombre civil), es ajeno a la barbaridad y a lo salvaje. La barbarie es el estado o condición natural de vida (brutal) del ser incivilizado; dueño de acciones bárbaras. La barbaridad es conducta, acción y hechos, le corresponde a las leyes y a la moral, la barbarie se refiere a un estado anterior de la historia humana.
Para ser bárbaro hay que obrar de un modo opuesto a lo que establece la civilización, con una conducta irracional, agresiva, dura, insufrible; contraviniendo las leyes y las normas o protocolos establecidos. Podemos afirmar que más de un bárbaro puebla nuestras ciudades. Contrario a lo que pueda pensarse la condición del hombre en su entorno natural (en bosques, montañas, llanos, etc.) es el principal indicador de su vida salvaje. Este hombre natural (salvaje) puede ser ingenuo, valiente, hospitalario, tosco, y agreste; condiciones que no excluyen la convivencia en asentamientos, rancherías y poblados. Convivencia que obliga la vida dentro del contexto de normas y protocolos, aunque ajeno a la urbanidad. Lo que implica que el salvaje es el bárbaro de la urbanidad, y el bárbaro es el salvaje de la cultura.
La civilización media entre el bárbaro y la cultura, es la frontera sin retorno que se debe superar (a veces con costos infinitos) para vivir en el ambiente citadino, es lo que requiere el hombre para ser ciudadano; un hombre civilizado. La civilización es ajena y externa al hombre salvaje, la civilización pertenece a la humanidad toda, la condición salvaje a tribus y clanes aislados (o países enteros). Los bárbaros afectan y desequilibran ambos entornos humanos: el civilizado y el salvaje.
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