Elaborar un libro, siempre ha sido una tarea
desafiante, que requiere de trabajo de investigación, comprensión, redacción y
revisión. Lo que a veces por sus dificultades, costos y consecuente
laboriosidad, alejan a los autores de la posibilidad de publicar. Un libro, no
es un panfleto, o un cúmulo de ideas inconexas, presentadas como se quiera. El
libro es heredero de una tecnología asociada a la trasmisión y perpetuidad del
conocimiento; que ha ido evolucionando desde los primeros estadios de la
humanidad. Un estudiante con una tabla de arcilla con caracteres cuneiforme de
la antigua Babilonia, poco difiere, en su postura de lectura, su esquema de
concentración e incluso su intensión final –la de aprender–; de la intensión de
un estudiante actual, portando una sofisticada tabla electrónica. Lo que ha
cambiado es la tecnología, tanto del medio que porta el conocimiento –el libro–,
como la presentación y esquematización del conocimiento presentado.
El libro moderno, está estructurado en un
esquema que ha evolucionado de forma armónica. El ávido lector, puede
rápidamente desentrañar sus partes y conocer sus objetivos. Puede incluso,
satisfacer su curiosidad, leyendo una sola de las partes o capítulo que lo
componen, o por medio de las múltiples utilidades que lo conforman: tablas, índices,
glosarios, prólogos, colofón, etc., todas ellas poseen los datos y metadatos
que pueden ser del interés del lector. Ese
supuesto “interés del lector”, es el timón que orienta a los autores en sus pretensiones
de incluir en sus volúmenes, todo lo que pudiera ser útil para entender lo que
presenta. Pretensiones que no son fáciles de conciliar, por diversas razones.
Los costos de producción de un libro siempre, han privado en lo relativo a su
extensión y a sus características propias (incluyendo: presentación, materiales
utilizados, diagramación, etc. –los costos limitan la profusión del
conocimiento–).
La tecnología que a veces agobia, también sirve
para lo contrario. El nacimiento del libro electrónico, trajo alivio a autores
y lectores. Haciendo posible la “popularidad del libro”, lo que ha significado
una revolución referida a la dispersión y presentación del conocimiento, tanto
o mayor que la de Gutenberg con su imprenta. Un modesto autor, puede redactar
sus ideas y darle el formato adecuado, desde la tranquilidad de su oficina u
hogar, y ese material puede casi al instante, ser dispuesto a sus lectores. Sin
embargo, aún tiene el autor que preocuparse por la estructura y detalles del
formato del libro. Debe velar por mantenerse dentro de lo estipulado; mucho más
si es material científico, o creaciones que van dirigidas a revistas periódicas.
Pero es bajo ese sobrio esquema, que, en
los últimos siglos, se ha perpetuado el conocimiento; y se puede seguir su
evolución o validar los éxitos o yerros en lo planteado. Sabiendo y conociendo:
quien, como, cuando y donde fue presentada tal o cual idea; en que formato,
cual fue la extensión y quienes revisaron y validaron su publicación, es así
como se garantiza el conocimiento moderno. Ese es aún, un mundo de pocos para
muchos.
Resolver, lo inherente a la estructura,
diagramación y presentación final del libro, ha sido un reto a superar por los
autores no afiliados a las editoriales o casas comercializadoras de libros (las
que monopolizan el conocimiento). Las soluciones actuales a ese paradigma que
enfrentan tanto a autores, como a lectores, son diversas y multisápidas.
Por ejemplo: El formato PDF es muy expositivo y
poderoso, pero en el siglo XXI, dada las circunstancias de profusión de las
páginas web HTML, muchas veces es mejor interactuar dinámicamente con el
material leído o con los enlaces relativos a su comprensión. Los navegadores web,
facilitan las operaciones en ese entorno completamente digitalizado. En 2014,
Rob Beezer, compartió una plataforma de desarrollo de materiales didácticos,
que ha evolucionado hasta el actual Pretex:
donde es posible escribir un seudocódigo XML, para producir finalmente una
diversidad de formatos, entre ellos: LaTex, PDF, EPUB, cuadernos Júpiter,
páginas HTML e incluso código Braille. En Pretex,
el estilo del documento o libro final, está separado del código donde se
expresan las ideas; la presentación y la estética subyace en la plataforma –codificada
en formato XML–. En esencia el autor escribe sus ideas y pareceres, sin cuidar
por el arte final de su obra, sólo debe respetar la estructura que quiere
seguir.
Aprender a codificar Pretex usando el lenguaje de marcas XML, es
solo un paso previo y el único costo-compromiso que hay que asumir para lograr
grandes libertades e indudables resultados en las obras, que pueden ser de carácter
interactivo y profusamente ilustradas.
Ejemplos:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario